7 potajes santos

Hoy quiero compartir con ustedes una historia personal que, si bien no es completamente mía, porque pertenece a mi madre, sin duda me toca profundamente por herencia, hablo de los 7 potajes santos.

Pero comencemos desde el principio, para entender cómo llegué a este punto.

LOS 7 POTAJES Y LA SEMANA SANTA

Lunes Santo: fecha que recuerda o conmemora aquel episodio en el que la autoridad de Jesucristo fue desafiada por un grupo de ancianos y sacerdotes, mientras enseñaba en el templo… mismo día en que también quedó demostrado su poder, según la biblia.

Escribo este artículo siendo Lunes Santo, así que, aprovechando la circunstancia, decido que lo idóneo para hoy es hablar sobre la gastronomía en época de Cuaresma y Semana Santa.

El problema es que, al indagar en mi memoria para inspirar estas líneas, sólo encuentro trozos de imágenes y voces, en los que mis mayores, gochos de pro y egresados de colegios de curas o monjas, me repiten, en caso de ser Viernes Santo:

– Hoy se come pescado, porque comer carne es pecado.

Por generaciones, sea en la casa o en las escuelas, nos han enseñado que, durante el Viernes Santo, los cristianos deben recordar la muerte de Jesús, viviendo la jornada con abstinencia de carne roja, como manifestación del duelo.

El objetivo de esto es privarse de algo, a modo de sacrificio, como el que hizo Cristo en la cruz, aunque para mí, como seguro le sucedía y sucede a millones de niños, el verdadero sufrimiento consistía en tener que comer cualquier cosa que saliera del mar.

¿Resultado? Me los comía, pero con culpa.

En este presente, a pesar de ser una adulta curiosa, que descubrió que la Biblia no exige tal renuncia en ningún versículo, la duda aún planea a mi alrededor, cuando en época de pascua, el aroma de un churrasco me despierta las ganas.

7 potajes santos

CARACAS DE AYER

Con el paso de los años, la adaptación de las costumbres y la relajación de la religiosidad, en la casa de mis padres fueron variando los hábitos alimenticios.

Las arepas, por ejemplo, nunca son de trigo, siempre de maíz; a la pisca jamás se le pone leche, las arvejas o el miche, brillan por su ausencia y, en cuanto al pescado, no suele abundar en el menú diario.

Quizás por eso, en años recientes y durante los días de asueto de la Semana Santa, lo que recuerdo es a mi es a mi madre, frenándose en seco, en el momento menos esperado, a la vez que exclamaba:

– ¡Co… hoy es viernes santo! – mientras se llevaba las manos a la cabeza, como si anticipara el regaño de alguna monja del Colegio de la Consolación para, acto seguido, soltar esa carcajada tan característica, que se traduce en “bueno, ni modo, ya está hecho” y dar un manotazo al aire para terminar de espantar la culpa.

Esto podía suceder, por ejemplo, estando en el patio de la casa junto a mi padre, ateo declarado y junto a toda su prole, tragones y carnívoros confesos, conversando alrededor de la parrillera, al mismo tiempo que el aroma de la carne y la leña seducían nuestros sentidos e invadían cada rincón del hogar.

No tengo certeza, pero tampoco dudas, de que esta es la razón por la que me cuesta evocar los hábitos culinarios, de una Semana Santa rigurosa.

Y, aunque estos recuerdos le arrancan una sonrisa a mi corazón, me doy cuenta que carezco de recursos literarios para hablar sobre mi experiencia con la gastronomía de los días santos, por lo que decido llamar a mi madre, para que me cuente aquello que he olvidado o que, muy probablemente, ni siquiera he vivido.

LOS ANDES DE ANTEAYER

Lo de emigrar, es otra de las cosas que heredé de mi familia, porque, aunque estos no cruzaran ninguna frontera internacional, lo de mudarse de San Cristóbal a Caracas, hace 60 o 70 años, perfectamente equivaldría a un traslado actual desde la capital venezolana, hasta Miami, Buenos Aires o Madrid.

Eso sí, como toda mudanza que te aleja del terruño, en la maleta van los recuerdos, los aromas y los amores y, aunque nunca viví en los Andes, mi recetario emocional incluye sabores tan típicos como el de la hallaca andina o el pastelito de carne con arroz, que no dudo en comer con ilusión, cuando su presencia me sorprende por estas calles extranjeras.

El asunto podría complicarse cuando mi antojo o necesidad no consigue desahogo, pero ahí es donde la virtualidad acorta las distancias y aparece mi madre, siempre dispuesta detrás de la pantalla, a darme una receta o algún truco casero, refrescarme la memoria, llenarme de referencias o regalarme lecciones de vida, que nacen de su excepcional sabiduría.

Así que miré el reloj, para comprobar que no la sorprendería en plena preparación del almuerzo o en alguna reunión de trabajo y la llamé.

Después de la bendición pertinente, unos pocos chismes infaltables y el rato de risas a mandíbula batiente, al recordar mi ingenuidad culinaria o sus olvidos religiosos, de repente se le iluminó la memoria y dijo:

Cuando aún vivíamos en San Cristóbal, había una tradición que se cumplía cada año y era que la familia se reunía el Jueves Santo para comer. A los pequeños nos vestían de blanco o de un color claro y los mayores se vestían de negro.  Recuerdo también que se recogían las cortinas con lazos morados y, una vez estábamos todos juntos, nos sentábamos a compartir lo que llamaban los 7 potajes.

7 POTAJES SANTOS

Estoy casi segura que, en mi Caracas natal, alguna Semana Santa hice el recorrido de los 7 templos, pero no consigo recordar si alguna vez me senté a la mesa a comer los 7 potajes, así que asumo que esa es una de las costumbres que se quedaron en el camino, por lo que me dispongo a averiguar su origen.

Lo primero que descubro de esta práctica, es que es compartida por los tres estados de los andes venezolanos (Táchira, Mérida y Trujillo), con algunas zonas de Colombia y Perú y que, en muchos casos, aún se mantiene vigente.

Como bien lo dice su nombre, se compone de siete platos diferentes, postre incluido que, según la tradición católica, nació en conmemoración de las Siete Palabras (frases) que pronunció Jesús de Nazaret antes de morir crucificado:

  1. A Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
  2. Al ladrón: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso
  3. A su madre, “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y a Juan, “Ahí tienes a tu madre
  4. A Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
  5. A todos: “Tengo sed
  6. Al mundo: “Todo está cumplido
  7. A Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

También existe la teoría de que, a pesar de ser una costumbre que no supera los 200 años de antigüedad, los 7 potajes buscan recordar la última cena de Jesús con sus apóstoles.

Queda claro entonces, que esta invención culinaria tiene profundas raíces religiosas, porque además de lo anteriormente expuesto, en algunos casos la preparación se hacía en grandes cantidades, para no tener que hacer nada el día siguiente, que era Viernes Santo, una jornada en que no se realizaba ningún trabajo, por respeto a la muerte de Jesucristo.

– En efecto, se consideraba un pecado barrer la casa o bañarse el viernes santo… y te decían que, si aquel día comías carne, te ibas a convertir en pescado – recordaba mi madre, mientras la pantalla volvía a llenarse con sus carcajadas.

7 Potajes santos

Volviendo a su relato, sobre la comida familiar del Jueves Santo, me contó que en su casa los componentes del festín podían variar, pero en líneas generales se comía más o menos lo mismo:

  1. Sopa de gallinazo o arvejas
  2. Arroz
  3. Ensalada
  4. Carne rellena
  5. Plátano verde sancochado
  6. Dulce de lechosa, dulce de cabello de ángel o dulce de leche cortada
  7. Y algún jugo o bebida tradicional.

– El gallinazo era como una caraota con un rabito, que no volví a ver después de que me fui de San Cristóbal… su papá, que sabe de todo, dice que nunca en su vida lo ha visto.  También se comían muchas arvejas, pero a mí no me gustaban, por eso es que nunca las hice en la casa; la carne rellena, era como esa que sigo haciendo, igual que los dulces – que sigue preparando cada navidad – pero de las cosas que más me gustaba era el plátano verde sancochado…  por eso es que en esta casa no se hace un sancocho que no lleve sus buenos trozos.

A lo que agregó:

– Y el viernes nos comíamos el “recalentao” de lo que había quedado del jueves, con bacalao seco y salado – comentario que acompañó con un mohín de desagrado, que me hizo sentirme orgullosa de aquella niña con gustos normales, que hace años se paseaba por la Carrera 10, de San Cristóbal.

Para aclarar lo de la carne y, siendo estrictos con los preceptos de la iglesia, los únicos días en que no se debe comer carne, por respeto a Jesús, son el miércoles de ceniza, cuando comienzan los 40 días de la Cuaresma y el Viernes Santo, día en que la tradición se detiene en el episodio de su crucifixión y muerte.

A partir de aquí, cada quien fue adoptando su menú como quiso, ampliando en algunos casos la prohibición a otros días o a toda la pascua.

En el caso de mi familia, las normas de ayuno y abstinencia se deben haber relajado, permitiendo la inclusión de carnes rojas el resto de los días de Semana Santa, debido a que ese era el producto que generaba el negocio familiar y lo que seguramente definía (y generaciones después, sigue definiendo) la dieta del hogar.

Pero eso sí, mientras mi abuela lideró la cocina de su hogar y tomó las decisiones sobre lo que se compraba y comía, cada Jueves Santo se sirvieron en la mesa los 7 potajes y cada Viernes Santo se comió bacalao u otro pescado.

LA SEMANA SANTA

Tenemos claro que, viviendo lejos del hogar, hay que adaptarse al producto del país o la ciudad que hemos escogido para establecernos, pero con lugares como Panna, se ha vuelto muy sencillo eso de saciar las ganas de los aromas y sabores de casa.

En mi caso, que soy poco practicante de la religión, pero fiel devota de las costumbres familiares, es posible que este viernes me coma algún pescadito, aunque seguiré oponiéndome al bacalao, con el permiso de mi abuela y de los muchos amantes que tiene el producto.

En cuanto al Jueves Santo, no sé si encuentre el plátano verde o consiga replicar el espectacular dulce de leche cortada que hace mi madre, pero prometo preparar una comida con 7 platos, que me permitan recuperar la tradición culinaria de Venezuela y hacer homenaje, no a la última cena de Jesús, sino a las muchas comidas preparadas por las mujeres y hombres de mi Gran Familia Venezolana

Potajes santos

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