La semana pasada se cumplieron 271 años del nacimiento de Simón Bolívar, una ocasión ideal para descubrir, a través de sus gustos culinarios, lo que se comía en Venezuela en el siglo XVIII.
Bolívar, mejor conocido como el Libertador, no solo es una figura icónica por sus proezas militares y políticas, sino también por su sofisticado paladar.
En medio de sus hazañas y luchas por la independencia de América Latina, el caraqueño se permitió disfrutar de los placeres culinarios, demostrando así su capacidad para apreciar los detalles de la vida, incluso en tiempos de conflicto.
LOS GUSTOS CULINARIOS DEL LIBERTADOR
Bolívar era un verdadero amante de la gastronomía.
Guillermo Miller, un inglés que luchó en Perú, destacó que el hombre era famoso por sus banquetes, afirmando que “no hay nadie que tenga cocineros más hábiles que él, ni dé mejores comidas“.
Este testimonio revela la alta calidad de las comidas que Simón ofrecía, preparadas por chefs franceses de renombre como Luis Lemoyiven y Francisco Fremont, banquetes que no solo eran eventos para deleitar el paladar, sino también ocasiones estratégicas para fortalecer alianzas y discutir temas cruciales para la causa independentista.
La pasión de Bolívar por la buena comida iba más allá de un simple gusto personal; sus banquetes eran meticulosamente organizados y pensados para impresionar a sus invitados.
La elección de chefs franceses, considerados entre los mejores del mundo en esa época, no era casualidad y fueron precisamente Lemoyiven y Fremont, quienes llevaron consigo técnicas culinarias avanzadas y recetas sofisticadas que se reflejaban en cada plato servido.
Estas cenas eran una muestra tangible del refinamiento y el poder de Bolívar, un líder que entendía la importancia de la diplomacia gastronómica.
En cada banquete, la mesa estaba adornada con los mejores ingredientes disponibles, importados a menudo desde Europa o seleccionados cuidadosamente de las tierras sudamericanas.
Los menús incluían desde delicadas entradas y sopas exquisitas hasta suculentos platos principales y postres elaborados, todos acompañados por una cuidadosa selección de vinos.
Pero estos banquetes no eran solo para el disfrute sensorial; Bolívar los utilizaba hábilmente como un espacio para la política y la estrategia.
Imagina a Bolívar sentado a la cabeza de una larga mesa, rodeado de oficiales, diplomáticos y aliados… cada plato que se servía era una oportunidad para conversar, negociar y consolidar la confianza.
¿Qué mejor manera de ganar la lealtad de un aliado que ofreciéndole una experiencia culinaria inolvidable?
En estas cenas, se discutían planes de batalla, se forjaban nuevas alianzas y se consolidaban acuerdos cruciales para la independencia, pues la atmósfera relajada y el ambiente de camaradería facilitaban discusiones profundas y decisiones importantes.
EL GUSTO POR LO PICANTE Y SENCILLO
A pesar de su afición por los banquetes elaborados, Bolívar también disfrutaba de los placeres simples de la vida.
Un ejemplo notable es su gusto por el ají, un ingrediente esencial en muchas cocinas latinoamericanas y muy especialmente en la venezolana.
En una anécdota memorable, durante una comida en Potosí, Simón Bolívar notó que las señoras a su alrededor no comían porque la comida les parecía insípida.
Al enterarse de que esto se debía a la falta de ají, pidió que se agregara a todos los platos.
Este gesto no solo demuestra su aprecio por la cocina local, sino también su deseo de que todos disfrutaran de la comida tanto como él.
PREFERENCIAS COTIDIANAS
Según Luis Perú de Lacroix, en su “Diario de Bucaramanga”, Bolívar prefería la arepa de maíz al pan de trigo, una elección que subraya su conexión con las raíces venezolanas y una preferencia que perduró hasta los últimos días de su vida.
El detalle de preferir la arepa de maíz al pan de trigo va más allá de una simple elección culinaria.
La arepa, un alimento fundamental en la cultura venezolana, simboliza sus raíces y su identidad.
En un tiempo donde el pan de trigo, comúnmente asociado con la influencia europea, podría haber sido visto como un símbolo de estatus, Bolívar optaba por un alimento que lo conectaba profundamente con su tierra y su gente.
En una época de grandes cambios y desafíos, la consistencia en sus preferencias alimenticias refleja una fidelidad a su identidad y valores.
Esta combinación de austeridad y sofisticación en su dieta ofrece una ventana única a la complejidad de su carácter, donde la simplicidad de una arepa convivía armoniosamente con la sofisticación de un vino europeo.
EL APRECIO POR LA FRUTA
Bolívar era un gran amante de las frutas.
Según se cuenta, durante su estancia en Angostura entre 1817 y 1819, disfrutaba del mango, una fruta que muchos creen que fue introducida en Venezuela mucho después.
Sin embargo, la realidad es que el mango llegó a Venezuela en 1789, traído por el navegante español Fermín de Sancinenea.
Esta anécdota confirma la afinidad de Simón Bolívar por las frutas frescas y tropicales, las cuales eran una parte esencial de su dieta.
INFLUENCIAS EUROPEAS
La vida de Bolívar estuvo marcada por sus viajes y estancias en Europa, donde adquirió gustos y costumbres que integró en su vida diaria.
Durante su tiempo en Francia, desarrolló una afición por las ensaladas, y se enorgullecía de preparar la mejor ensalada, un talento que atribuía a las señoras francesas que le enseñaron.
Además, de su estadía en Inglaterra, adoptó la costumbre de tomar té, disfrutándolo tanto en tertulias con sus edecanes como en la tranquilidad de la mañana antes de levantarse de la cama.
EL LIBERTADOR COMO ANFITRIÓN
Bolívar comprendía el poder de la buena mesa como un medio para unir a las personas y las comidas que organizaba eran más que simples banquetes; eran momentos estratégicos donde se fortalecían alianzas y se discutían planes importantes.
Daniel Florencio O’Leary, uno de sus edecanes, destacó que Bolívar era generoso con sus invitados y siempre hacía honor a su título de anfitrión.
Estas reuniones no solo servían para disfrutar de la buena comida, sino también para consolidar la causa de la libertad.
En 1827, durante su última estadía en Caracas, Bolívar ofreció una cena a la que asistió el cónsul británico en Venezuela, sir Robert Ker Porter, un evento que fue descrito como una muestra del esplendor y la opulencia de la época.
La cena ofrecida por Bolívar en 1827, servida con una elegancia al estilo inglés, no fue solo un evento social, sino un despliegue estratégico de diplomacia y cultura.
Al invitar a sir Robert Ker Porter, cónsul británico, Bolívar buscaba impresionar y fortalecer las relaciones con una potencia europea clave.
La presencia de Porter era significativa, ya que Gran Bretaña jugaba un papel crucial en la geopolítica de la región, y una relación cordial con su representante podía abrir puertas para la causa independentista.
La selección del menú reflejaba no solo el buen gusto de Bolívar, sino también su entendimiento de la importancia de la presentación y la diversidad en una comida.
Las aves comestibles, como perdices y faisanes, eran consideradas exquisiteces y su inclusión en el menú demostraba la riqueza y abundancia de la región.
Los pescados traídos desde La Guaira, un puerto cercano, aseguraban la frescura y calidad del marisco, algo muy valorado en la alta cocina.
La tortuga, preparada en diversas formas, ofrecía un toque exótico y refinado y junto al venado y a la lapa, se mostraba la riqueza de la fauna local y la habilidad de los cocineros para transformar ingredientes autóctonos en manjares dignos de una mesa noble.
El cochino de monte, conocido por su sabor distintivo y jugosidad, añadía un elemento robusto y tradicional a la comida.
El postre, que incluía una variedad de dulces y otras delicias, cerraba la cena con broche de oro, pues en una época donde el azúcar y los ingredientes exóticos para los postres eran considerados lujos, la capacidad de ofrecer una gama de dulces demostraba no solo riqueza, sino también la habilidad de combinar ingredientes locales con técnicas europeas.
Este evento no solo fortaleció la relación entre Bolívar y el cónsul británico, sino que también subrayó la habilidad del Libertador para utilizar la gastronomía como una herramienta diplomática.
La cena de 1827 en Caracas es un ejemplo perfecto de cómo Bolívar combinaba el esplendor y la opulencia con fines estratégicos, fusionando las tradiciones locales con las influencias europeas para crear un ambiente de lujo y poder.
EL LEGADO GASTRONÓMICO DE BOLÍVAR
Los gustos culinarios de Simón Bolívar son un reflejo de la riqueza y diversidad de la gastronomía venezolana.
Desde las arepas hasta los banquetes más elaborados, su dieta muestra una combinación única de influencias locales y europeas que aún resuenan en la cocina venezolana actual.
Esta mezcla de sabores y tradiciones sigue siendo un pilar de nuestra identidad culinaria, celebrada en cada plato y en cada hogar venezolano.
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